EL ELEMENTO AIRE

“No vemos las cosas como son, sino como somos.”

- Krishnamurti

“Saber que se sabe lo que se sabe y que no se sabe lo que no se sabe, he aquí el auténtico saber.”

- Confucio

El pensamiento es una función que a menudo confundimos con nuestra identidad. No somos lo que pensamos, aunque lo que pensamos diga mucho sobre lo que somos. Un minuto de meditación es suficiente para advertir que nuestras ideas transitan inercialmente por determinados raíles que revelan una particular estructura intelectual. Se requiere una gran disciplina para llegar a aquietar el incesante flujo de pensamientos e imágenes que asaltan descontroladamente nuestro espacio interno. Alcanzar, aunque sea instantáneamente, un estado de fluencia mental consciente, nos permite desvelar los mecanismos ocultos que articulan nuestro proceso intelectivo.

Habitualmente nuestra conciencia se deja arrastrar por las imágenes que se proyectan en nuestro espacio interno y rara vez cuestionamos la naturaleza e identidad del proyector que las origina. Contemplamos los objetos de nuestros deseos, pero ignoramos la fuente de donde emanan. Aquí es donde entendemos cómo el aire y el fuego actúan como polaridad. Si conectamos con nuestra fuente (fuego), el pensamiento (aire) surge espontáneamente en forma de automatismo. Si conectamos con el pensamiento (aire), la fuente (fuego) se escabulle y nos quedamos con la idea desligada de su origen. El aire genera dualidad porque asume que lo pensado es producto del pensador, mientras que el fuego tiende a comprender sus ideas como una prolongación de sí mismo. El aire, por lo tanto, se distancia de sí cuando piensa, despersonaliza lo pensado y, en consecuencia, se desconecta de su voluntad en pro de una mirada más neutra. Si el fuego se expresa en primera persona gramatical, el aire lo hará en tercera.

El pensamiento tiende a generar hábitos, a seguir determinadas rutinas. Nuestros automatismos están tan arraigados que el mero hecho de tomar conciencia de ello afloja momentáneamente la fuerza de estas anquilosadas dinámicas. Después de todo, es posible que no seamos tan libres como nos han hecho creer. Existen estructuras previas que filtran mecánicamente toda la información que percibimos y producimos. Y darse cuenta de los condicionamientos a los que estamos sujetos permite a nuestra conciencia asentarse en un nivel más elevado de realidad. Este ejercicio de abstracción y desligamiento del propio pensamiento será nuestra casilla de salida desde de la cual iniciaremos el recorrido por la tríada de los signos de aire, sus casas correlativas y sus planetas regentes.

Los signos de aire en Astrología se desenvuelven en armonía dentro del universo mental, desfiladero sutil en el que imágenes, conceptos, palabras y símbolos trazan puentes entre la realidad interna y la externa. Desde la frialdad que confiere la distancia intelectual, cartografían el Universo con la secreta pretensión de liberar su mirada de toda distorsión cognitiva. Anhelan aprender, actualizar sus conocimientos y compartir sus avances y disquisiciones con otros individuos. Entienden que todo objeto de cognición se puede traducir en palabras, sea acudiendo al diccionario o a una creativa metáfora. Su realidad es social, porque el intercambio de ideas es la extensión de su permanente diálogo interno. La conexión con otro individuo es otra forma de redescubrirse y ampliarse. Generando redes y ligazones dejamos de estar solos, aunque los mismos puentes que nos unen a unos por afinidad nos separan de otros por disparidad. Verbalizar aquello que pensamos y esforzarnos por hacernos entender constituye un saludable ejercicio de organización psíquica e higiene intelectual. Y las palabras y expresiones que empleamos para construir nuestro diálogo interno resultan esenciales para entender cómo somos y qué vamos a proyectar en el exterior.

Aun así, nuestros razonamientos e intereses cognitivos no son libres, sino que están sujetos a las dominantes de nuestra carta natal en general y a la posición de Mercurio por signo, casa y aspectos en particular. Procesamos el conocimiento a través de nuestro sesgo mercurial, que será el encargado de traducir la información a un lenguaje operativo afín a su naturaleza. Un Mercurio en aire será curioso y aspirará al conocimiento en sí mismo de un modo más aséptico, en fuego se encenderá con aquella información que esté alineada con sus pasiones, en tierra seleccionará directamente aquello que le permita obtener resultados y en agua aplicará un sesgo en función de su cercanía emocional. Según el objeto de conocimiento y el modo en que esté expresado cada Mercurio tendrá más facilidades o resistencias para captar y asimilar la información. La dificultad de un aprendizaje, por lo tanto, fluctúa en función de cómo somos. De ahí que las calificaciones obtenidas en la escuela tradicional constituyan un baremo poco fiable para evaluar la inteligencia de un individuo. No partimos todos en igualdad de condiciones ante unas pruebas que tratan de ser uniformes. Y aunque son útiles para fomentar el esfuerzo que reclama Saturno y la adaptabilidad que todo Mercurio tiene que tratar de potenciar, es obvio que sólo evalúan una porción muy limitada de nuestras habilidades.

Como decíamos, el aire tiende a diferenciar entre el pensador y lo pensado. No es casualidad que Libra y Acuario sean la caída y el exilio del Sol, dado que el principio solar es unívoco y unificador y el aire acentúa la dualidad. En cada signo de aire el Sol expresa su individualidad a través de sus ideas y reflexiones, pero al mismo tiempo se aleja de ellas. Al fin y al cabo, las ideas fluctúan en función de los conocimientos que vamos adquiriendo, y ese sustrato puede ser demasiado frágil para asentar una identidad. El salto se produce cuando la conciencia se dirige hacia el frío pensador que se distancia de su obra desde su invisible e infranqueable Torre de Babel. El ego intelectual que se proyecta en la realidad manifestada sólo es una burda expresión del cartógrafo universal que anhela reunir los ítems que le permitan completar, definir y comprender su particular mapa de la existencia.

Los arquetipos van mucho más allá de los conceptos que usamos para definirlos. Géminis, Acuario, Libra y sus respectivos regentes planetarios representan modalidades de percepción supraconceptuales. No son meras formas de entender el mundo, sino que son los arquetipos de donde emana el mismo impulso de pensar. Los propios límites del lenguaje nos impiden acotar su esencia primordial, aunque podamos atisbarla implícita en sus múltiples manifestaciones. Su nivel de abstracción sólo nos permite aludir a sus atributos esenciales mediante metáforas y analogías que obturan al pensamiento lineal. La astrología no puede ser reducida a lenguaje porque el propio lenguaje es un producto del arquetipo Mercurio. La mente humana sólo es una expresión limitada de la Mente Universal. Esta última desciende hacia a la manifestación material atravesando distintos niveles de realidad que actúan como filtros que diseminan y distorsionan el mensaje arquetípico en su máxima pureza. Nuestra carta natal es la versión más sintética, ideal y aséptica de lo que somos. Porque como bien apostillaba Korzybski, el mapa no es el territorio, aunque el territorio revela el mapa que hay detrás. Ahí entra el análisis astrológico bidireccional. Desde lo arquetípico podemos tratar de deducir cómo se manifestará una configuración astrológica determinada. Pero también podemos observar a un individuo y vislumbrar la estructura arquetípica que en su vida y en su conducta se está escenificando. Conocer el propio mapa natal puede ayudar al individuo a identificar lo que ya está aconteciendo, y a resignificarlo desde un paradigma cuya capacidad explicativa sea más amplia, precisa y operativa que la que nos ofrecen los modelos más ortodoxos.

Asimismo, el propio astrólogo tiene que acabar entendiendo que su pensamiento y obra son reflejos de su propia carta; que sus intereses, talentos, resistencias y carriles de pensamiento emanan de formas primordiales y más abstractas. Que sentirse orgulloso o avergonzado por nuestras propias singularidades es tan humano y legítimo desde la psicología como absurdo desde una óptica más integral. Técnicamente, somos una versión empobrecida de nuestro mapa natal, en tanto que la encarnamos desde la densa y limitada condición humana. Desde el paradigma científico, somos una ridícula mota de polvo azotada por las implacables fuerzas externas del ciego e inercial universo material. Si amputamos la dimensión espiritual, la vida es un completo sinsentido, un tránsito unidireccional hacia una muerte segura salpimentada por nuestras efímeras e insignificantes experiencias personales. El marco mental que usemos como referencia definirá quiénes somos. La función del aire y sus respectivos regentes pueden ayudarnos a descubrir no sólo qué pensamos, sino desde dónde pensamos. La esencia divina está en nosotros, pero la confundimos con el destino, el azar y la casi siempre mal entendida libertad individual. La astrología nos revela que somos auténticos magos, agentes generadores de realidad con un propósito y finalidad. La carta natal muestra quiénes somos en esencia, qué hemos venido a hacer y cuál es nuestra hoja de ruta para religarnos con nuestra auténtica naturaleza espiritual mientras aceptamos, integramos y hallamos nuestra mejor versión en lo terrenal.

Como es arriba es abajo y como es adentro es afuera, o lo que es lo mismo, lo denso expresa lo sutil, la apariencia revela la esencia y lo manifestado desciende de lo arquetípico. Todas las tradiciones sagradas se asientan sobre el principio de que lo material emana de lo espiritual. Trabajando sobre sus hábitos psicológicos, los iniciados comprenderán cómo éstos pueden llegar a bloquear el acceso a los estados superiores de conciencia. Los mapas sobre los distintos niveles de percepción son valiosos puentes para que la mente pueda apoyarse en su tránsito hacia formas de cognición más profundas. Al fin y al cabo, no todo aprendizaje proviene de la experiencia propia. Los mapas son referencias externas de los senderos que otros han recorrido y que pueden servirnos para nuestro propio viaje. Esa es la esencia del aire. Conceptualizar lo aprendido, compartirlo, actualizarlo y mejorarlo. Sea en el ámbito que sea, nos nutrimos intelectualmente de quienes nos precedieron. Sería improductivo y pretencioso ignorar el conocimiento acumulado en el estudio de una materia y tratar de empezar de cero. Como sabemos, nuestra propia carta natal lleva implícitos unos determinados sesgos a razón de nuestras dominantes planetarias. No podemos llegar a todas partes desde una visión fragmentada. Compartir puntos de vista es una exigencia en nuestro ambicioso propósito por descodificar el lenguaje arquetípico del Universo. Lo que recopilamos y pensamos individualmente desde la Casa 3, lo dialogamos en la 7 y lo proyectamos a un contexto más amplio desde la 11.

El mandala astrológico en sí mismo es perfecto y completo. La estructura zodiacal y su sistema de casas, planetas y estrellas fijas explican a través de sus intrincadas combinaciones multinivel el funcionamiento mismo del Universo. Como individuos, aparte de maravillarnos ante tan majestuosa arquitectura, podemos reconocernos como una versión microscópica de ella y asumir las consecuencias de esta revelación: el ego es el techo en la existencia material y el suelo de la espiritual.

Robert Martínez